“Julio Cortázar: de los juegos del arte al Gran Juego”.
Por Graciela Maturo
El artista es el anunciador de
una época nueva.
Defiende
y aconseja una percepción ampliada y un cambio
de conciencia que permita al hombre la iniciación de una nueva etapa, sin
descartar en ella, audazmente, una mutación biológica. A esa etapa apuntaban expresiones que han sido mal repetidas y
aprovechadas como l’ archibras -que designa un brazo suplementario- o tercer ojo , el ojo del cíclope capaz de la videncia: alusión al artista-vidente que protagonizó y proclamó.
Son los dones de un hombre nuevo que no es el sujeto socialista –aunque pueda incluirlo- sino un hombre
en posesión de sus potencialidades, integrado en un Universo inteligente. El sujeto de la Modernidad, que para Heidegger
culmina en el marxismo, ha de ser sustituido – luego de su paso por el Laberinto
de la Historia- por el hombre a las
puertas del Reino, que ha logrado la salvación. La propia palabra salvación
pertenece a las escuelas espirituales, de lo contrario no tiene significación
alguna.
Cortázar
visualiza a los hombres como cronopios y famas, y esto no es un divertimiento.
El cronopio, que practica los juegos del tiempo y la eternidad, se rige por las
hojas del alcaucil, un mandala circular
para llegar al centro, y no por el mero tiempo cronológico. Tiene plena conciencia de la insularidad del
artista, cronopio irremediable, aunque otorga sinificación especial a los
grupos, los conjuntos, los egrégores. Su obra, que restaura fenomenológicamente
la correlación hombre-mundo, gira
alrededor de la transformación personal, afirmando en forma implícita y
explícita la esencialidad espiritual del hombre, su potencial no desarrollado, las vías de
conocimiento no-racionales, la significación de lo aparentemente trivial o
mínimo, la irrupción de la eternidad en la dimensión cotidiana del tiempo. El diversificado interés de Cortázar por las ciencias, y a la
vez por el mito, el pensamiento complejo,
las mancias y herencias de la Antigüedad, lo separa de la filosofía llamada
pos-moderna. Entraría en la categoría de
Transmodernidad que por nuestra parte hemos atribuido a los latinoamericanos.
En él se despliega una
antropología, una teoría del conocimiento, y la apuesta a una etapa nueva en la historia de la
humanidad. Sin alcanzar el nivel profético al modo de Marechal o Juan
Larrea, se halla situado en el mismo
camino, el de la poesía videncial.
El
autor de Rayuela desarrolla además, en la novela y en sus notables ensayos, un plano teórico destacable. La teoría cortazariana - que algunos nos atrevimos a tomar en la
cátedra como teoría literaria sin más y no como una mera curiosidad en el estudio
del escritor - no puede ser avalada desde la teoría del signo, ni prolongada en
la semiótica o en la noción de texto
como caja cerrada y dispuesta al análisis. Cortázar reclama una nueva epistemología y un nuevo estatuto de las ciencias del hombre.

Los maestros que Julio
recordaba del secundario eran Arturo Marasso,
instructor en mitos y orfismo, y
Vicente Fatone, fundador de los estudios religiosos en la Argentina.
Evidentemente, esto dejó una marca en el joven Cortázar cuya obra merodeó
siempre la tradición poético-metafísica del humanismo. Formó parte de aquella famosa
generación del 40, que trae grupalmente
a la literatura argentina una posición humanista ya abonada por poetas como
Lugones, Banchs, Marechal, Borges y
Molinari. Eran discípulos de los
metafísicos ingleses, de los románticos, de Rilke. Daniel Devoto, que también murió en Francia, editó los
primeros libros de su amigo Julio Cortázar. Compartían esa orientación órfica
que luego se diversificó en Cortázar sin traicionar su raíz originaria, aquella
que le hizo repetir con su maestro Arturo Marasso: El mundo era tan solo una música viva...
Cortázar
se volcaría a nuevos lenguajes, pero distante de la obstinada negación metafísica de Breton y sus
discípulos, negación que alcanza algunas excepciones como la final aproximación
de
Breton a la gnosis (Entretiens).
Pero Cortázar se halla más cerca de Keats que de Breton, como lo muestra el
libro que lo acompañó de por vida y se publicó después de su muerte: Imagen de John Keats. Cortaba en profundidad lla densidad espiritual
de todo mito, encubierta por una imaginería de intención didáctica; supo
que el mito, enraizado en antiguos ritos iniciáticos, remite a la inmortalidad
del alma, a la metamorfosis o metánoia que se produce en la interioridad del hombre, a la transformación. Es Dafne convertida en laurel bajo el rayo de
Apolo, es el despedazamiento simbólico del dios entre los acólitos. A través de figuras míticas, la eternidad emerge en el tiempo, y esta epifanía se halla presente en cuentos
como La
isla a mediodía, El ídolo de las
Cícladas, Las ménades, El otro cielo. No
es extraño que nuestro autor haya tomado contacto con escuelas místicas,
esotéricas, ocultistas, que se haya interesado por Gurdjeff o explorado el budismo zen. Sus enemigos filosóficos son la lógica aristotélica, el racionalismo y el
positivismo que sostienen la suficiencia
del burgués, la conformidad de algunos artistas más famas que cronopios, y la
cartilla de algunos presuntos revolucionarios.
. El sujeto-artista es omnipresente en la
creación cortazariana. Me
detendré en algunos ejemplos, a fin de
ofrecer en síntesis cierto panorama demostrativo de su poética
lúdico-metafísica. En su extraordinario cuento o nouvelle El Perseguidor, el sujeto creador encarna en la figura de
un artista miserable, drogadicto y solo en un altillo de París, que sin embargo
es dueño de los juegos del tiempo, el recambio de lo efímero por lo permanente.
Otro personaje, ya directamente autobiográfico, es Lucas, uno de los tantos
personajes en que el autor se retrata (Un
tal Lucas). Lucas-Cortázar es el cronopio, el que juega con el azar, navega contra
la corriente y lucha contra la hidra. Es
Johnny, Oliveira, Traveler, el steward Marini,
Lucas, Persio, el Citarista...también Morelli y Emanuel.
“La isla a mediodía” pertenece al libro Todos los fuegos el fuego. Es uno de los
cuentos de Cortázar que objetivan el desdoblamiento interior y la unificación
de los contrarios, desplegada en distintos momentos de su obra. Con una textura
nítidamente simbólica y hasta alegórica, remite a la especulación metafísica e
incluso a la práctica poética del autor. La felicidad sólo proviene de la
salida del tiempo, de la verticalidad con que Marini mira al sol desde una isla
griega entrevista en sus viajes sobre el archipiélago; sólo en el momento de la
caída del avión se produce la reunificación de dos mitades de su ser que logra la plenitud, la esencialidad. Otros
cuentos, como “Alina Reyes” desarrollan igual tema. El mismo libro contiene otro cuento extraordunario
que incluye el símbolo de los dobles: “El otro cielo”. Allí el “sudamericano”
alude abiertamente a Lautréamont pero también a Cortázar, cuyos ejercicios supratemporales
van desde el Pasaje Güemes, en Buenos Aires, a la Galérie Sainte Foy y el
Passage du Caire, de nombres
alegóricos. El recorredor de galerías se
refugia finalmente en la Galérie Vivienne, en la poesía, camino místico-poético
de encuentro con la Realidad profunda, esa realidad donde reside el sentido. Podría
esto interpretarse como una opción heideggeriana, atendiendo a lo dicho por el filósofo: El
Ser se patentiza en el lenguaje, en referencia, ciertamente, al lenguaje
poético y no a cualquier tipo de lenguaje.
Una
obra poco conocida de Cortázar es Prosa
del observatorio. Se trata de un
relato - disparado como otros por una coincidencia significativa, diría Jung – que aproxima las fotografías
tomadas por el autor en un lugar de la India, y la noticia periodística de una migración de
anguilas alrededor del globo. El sultán Jai Singh, dueño del palacio que Cortázar visita y
fotografía, ya se había interesado dos
siglos atrás por la periodicidad de las mareas,
y trató de propiciar su estudio mediante marcas y señalamientos; la noticia leída en los diarios venía a
rubricar la periodicidad de acontecimientos que apuntan a un orden secreto de
la naturaleza a la que llama Cortázar la
“red cifrada”, el “alfabeto sideral” Este trasfondo permanentemente percibido fascina
al poeta, lo induce a un modo de Super-realismo
que comporta un deslizamiento hacia el Super-racionalismo. Es
en razón de esta actitud que lo hemos considerado, desde 1963, como un lúcido
representante de la Razón Poética, proclamada
porMaría Zambrano, la pensadora española
a la que visitó en su retiro de Suiza.
Para
Cortázar el juego es acto de entrega y riesgo, compromete la vida, es un ejercicio de la
palabra en busca de lo absoluto. Escribir
es andar por la cornisa, recorrer un tablón entre dos ventanas; tentar el azar,
provocar acaso a un desconocido interlocutor, el que dispone
los hilos de la trama. Es rozar el misterio, alcanzar el Cielo de la rayuela
que estamos obligados a recorrer. Un
"otro" aparece desafiado o cuestionado desde una dinámica que supone
el movimiento hacia la unidad y su contrario: el doble compás de analogía y
criticismo -empatía y extraposición, diría Bajtín- es característico de la
actitud cortazariana. La unidad de que hablo se halla desde luego distante del
universo laplaciano o de la metafísica clásica; es la unidad de un universo
móvil, que parece caótico pero nos conmueve con el roce de un orden secreto y
escondido: orden que pauta la migración exactamente repetida de las anguilas;
orden que preside la música, y la hace
por ello más próxima al número de la realidad; un orden que el artista tiende a
imitar sin que ello suponga egoísmo ni insensibilidad a los procesos
históricos. Ese orden secreto prescribe los encuentros de Oliveira y la Maga , a despecho de la
causalidad cotidiana. Son los intersticios, los instantes privilegiados de
vivencia y comprensión, incentivos para
la reflexión iluminadora.
Frecuentaba
Cortázar la “zona” de Tarkovski, ese territorio de nadie, apenas divisado o
experimentado en las epifanías. Y se
propuso, además de presentarla en narraciones ejemplares, ahondarla a través de un trabajo teórico y
crítico de rigor poco frecuente. .
Su obra entera gira
alrededor de la figura del
poeta-visionario que es su proyección más íntima, y que contiene la imagen del
hombre total. En ese sentido es generadora
de un doble, contrapartida inexcusable de la conciencia escindida que, en
momentos privilegiados, alcanza la
unificación plena en el sentido junguiano. El dialogismo de esos polos engendra
la permanente movilidad de su discurso. Dobles son sus lenguajes, sus
personajes, sus niveles de realidad y sus marcos de referencia filosófica;
doble es también su ubicación histórica, desgarrada entre Europa y América,
siendo Europa el lugar en que le tocó nacer y morir, y también el que eligió en
la mitad de su vida, y América innegablemente su patria, a la que ofreció su permanente compromiso y su más entrañable
sentimiento. Acaso ese rol de nexo entre
dos polos sea una de las significaciones últimas de su obra..
Cortázar vivió en
permanente acecho de la revelación, atento al sueño y al mito pero
simultáneamente a los avances de las ciencias. Su objetivo era alcanzar la conciencia cósmica, el satori. Es
uno de esos pensadores de la aurora a los que María Zambrano llamó futuros; un indagador del hiperespacio, ese territorio metafísico nombrado metafóricamente como cielo. Tal el sentido
último de la aventura mítica, narrada en mil formas por la humanidad, que
Cortázar supo comprender: el cruce del umbral es la objetivación de un
pasaje, el acceso al cielo de la rayuela.