La significación espiritual de la obra literaria.
Por Graciela
Maturo
Intentaré, en breve síntesis, comunicar brevemente algunas ideas sobre esa expresión, primero oral y luego escrita, a la que damos el nombre ambiguo de Literatura. Litterae , en latín, significa letras y por lo tanto llama la atención sobre la forma, pero la Literatura es mucho más que letra y forma. Es el lenguaje en su plenitud, expresando al hombre, revelando su autoconocimiento, su búsqueda y su sabiduría.
He dedicado largos años a consolidar una enseñanza de la Literatura como vía
espiritual. Mi trabajo es humanista, porque parte del hombre total y vuelve a
él como objetivo último de aplicación de toda acción cultural o educativa, pero
cabe aclarar que se trata de un humanismo teándrico, que sabe y acepta que no todas las significaciones las construye el
hombre. O mejor dicho: el hombre solo construye significaciones parciales sobre
un fondo de sentido que no le pertenece.
Para comprender los juegos significativos
llamados literarios, deberemos comprender qué es el ser humano, y cuál es la
importancia del lenguaje en su existencia.
Me apoyo en la corriente del humanismo, que
ha valorado el hacer del hombre, posibilitando el desarrollo de su razón y
potencialidades, y sobre todo ha propiciado el desarrollo de la persona. Ser
persona es una condición inalienable del hombre, aquello que le confiere su
dimensión de tal al completar su estructura biológica y su aptitud para la
supervivencia, con actitudes propiamente humanas. “Con el ser humano –afirma el
psicólogo colombiano Oscar López-
aparece un orden nuevo en el proceso cósmico, el cual supera los
determinismos biológicos y sociales”. El hombre no es sólo individuo ni tampoco
unidad productiva o máquina, sino realidad óntico-existencial, espiritual,
abierta al mundo, a los otros y a su propia realización. Sólo desde un
autoconocimiento, desde un descubrimiento del yo, -me refiero aquí al yo
profundo, también denominado sí-mismo - se accede plenamente a un tú, y a un
nosotros, como base para una nueva sociedad que será la real conquista de la
historia. Ese ser persona asume una triple direccionalidad, hacia el suelo que
pisa –la naturaleza en general- ; hacia el otro, los otros; y hacia lo sagrado,
sea cual fuere el nombre o marco religioso que a ello se le otorgue.
La educación personalizada es un grado
elevado y positivo de la educación, que potencia la formación de la persona y
la potencialidad del encuentro interpersonal. El niño, el joven o el adulto
capaz de avizorar ese camino hallarán sentido a su vida, serán capaces de
gestar acciones constructivas en la sociedad. La tragedia actual es,
intensificada, la misma tragedia que vive el héroe antiguo. De su despertar,
autoconocimiento y voluntad depende la posibilidad de triunfar sobre las
fuerzas oscuras que amenazan destruirlo.
Los griegos no desplegaron –al menos en la
filosofía- un auténtico concepto de persona. Platón privilegia el alma
racional. En realidad es en los misterios griegos donde comienza la formación iniciática de la persona. Los
estoicos dan comienzo a una reflexión sobre la persona ética, pero es el Cristianismo
el que enfatiza el desarrollo personal.
Hay nombres que designan lo personal en
distintos niveles y contextos: sujeto, alma, espíritu, psique, mente,
conciencia, corazón, soma, cuerpo.. La experiencia del cuerpo lo muestra
integrado al yo, y no ajeno a este. La antropología cristiana reconoce tres
elementos conjugados: Cuerpo-alma-espíritu.
Cabe recordar que la necesidad y la libertad
se conjugan en la persona. El hombre se forma en la cultura, y es su modelador.
El yo personal se halla destinado a abrirse a un tú, y ello significa adquirir
un yo más amplio, y se abre a un nosotros, para alcanzar su plenitud social. El
yo alcanza su totalización en su fusión con el Ser. Rehuir ese camino conduce
al hombre a su perversión, o bien al miedo, la depresión, la indiferencia.
En fin, un concepto de persona supone:
autoconciencia- integración psico-física-espiritual- libertad- proyecto vital- inserción en su
medio -vivencia- creación continuada- paso
de lo estético a lo ético- simbolización- dinamismo- reflexión- contradicción-
juego- descubrimiento- superación del ego- trabajo- integración con el otro-
responsabilidad constructividad- conformación del nosotros- inacabamiento-
trascendencia.
.
El siglo XX ve surgir –a la par que grandes
procesos deshumanizantes- un personalismo existencialista, que centra su
atención en el hombre concreto, situado, encarnado, limitado, con sus angustias
e incertidumbre, grandeza y miseria. Ese centro y punto de partida no admite
demostración por ser el núcleo
ineludible de nuestra vida.
Varios siglos antes, René Descartes había
contribuido a crear la noción de una subjetividad moderna. Acentuaba el aspecto
racional de ese sujeto consciente de sí, que se separaba netamente de la
naturaleza aunque formara parte de ella. El existencialismo tomó la vía
opuesta, incurriendo en nuevo exceso, por restar valor a la objetividad y
racionalidad. Pero cada tramo de la filosofía encierra su cuota de verdad, que
la literatura ha ido desplegando paralelamente en sus distintos géneros. El personalismo, desarrollado especialmente
por Gabriel Marcel, Emmanuel Mounier, Paul Ricoeur, re-encauza la fenomenología existencial en un
sentido constructivo del hombre. Se afirma en la necesidad de defender lo
humano frente a los procesos deshumanizantes o masificadores de la ciencia, la
técnica, la política.
Conviene recordar que no siempre el
desarrollo del conocimiento y la creación de instrumentos útiles coincide con
el desarrollo de la persona. El hombre es, como ha dicho M. Heidegger, un
ser-en-el-mundo. Su dimensión múltiple abarca una relación consigo mismo, con
el medio ambiente, con los otros. Es un
ser encarnado, que vive en un tiempoespacio determinado, pertenece a una
cultura y a una historia. Mundo, según
Ortega, no es solo la Tierra en que vivimos, sino “el conjunto de soluciones que el hombre forja
para los problemas que su circunstancia plantea”. La relación básica yo-mundo
es el núcleo del cual dependen otras relaciones.
El hombre se halla con la perplejidad de su
propia finitud. Ahondar en esta situación lo conduce a aceptar la realidad de
un Todo en que está implicado. Por otra parte su condición de criatura libre le
permite realizar todas sus potencialidades en relación con un nuevo nivel: lo
sagrado.
En razón de ello, vivir no es meramente la supervivencia animal sino un hacerse,
un constante perseverar en la formación de algo valioso: la persona. Esta
dimensión superior de lo humano se logra en una integración, autoafirmación,
diálogo. Existe en cada uno de nosotros un cierto proceso de Humanización, es
decir un aprendizaje continuo, del cual la educación escolar es solo una parte.
La persona es el sujeto del conocimiento
real, el sujeto ético-religioso capaz de integrar y moldear la sociedad en que
vive. El personalismo, fruto del cristianismo, nos señala que mientras las ciencias naturales se desenvuelven en “tercera
persona”, las ciencias humanas deben
serlo en “primera persona”. La literatura igualmente, es tratamiento de
sujetos. El conocimiento de la persona
se debe encauzar por vías complejas, pues se trata de una realidad compleja.
Captamos la persona en sus relaciones, en la
expresión, en la intersubjetividad, en el encuentro. La esencia de la persona es el amor. Lo
típico del sujeto humano es tener una relación con el mundo y con los otros, tempranamente instaurada a través de su
corporalidad, su aparato senso-motriz, su percepción sensitiva, afectiva e
intuitiva de la realidad. El mundo personal se forma en la relación
interhumana, que enriquece y conforma la experiencia individual.
La
crisis de los tiempos.
Sabemos que las denominaciones simbólicas
Oriente y Occidente designan grandes complejos culturales, etapas de la
humanidad. Estos polos han dado lugar a diversas etapas civilizatorias, hoy en
diálogo sobre el horizonte final del universalismo. Frente a ello América, la
América Latina, se presenta como el ámbito en que se han fusionado de algún
modo Oriente y Occidente.
La crisis de los tiempos, agudizada en el
final del Siglo Veinte y comienzos del siglo actual, guarda tal vez una reserva
cultural y política, dada por esa singular condición americana. América no ha
sido plenamente moderna pero tampoco antimoderna. Asimila la civilización
europea pasándola por los filtros de un humanismo teándrico, quer alienta la
mestización y la transculturación.
La modernidad es una gran aventura
científico-técnica que ha modificado la vida humana. Esa aventura ha tenido un
precio en la esfera moral y espiritual. El hombre corre el riesgo de caer en la
mecanización o la masificación. ¿Se
halla agotado ya el esquema de la modernidad basado en el desarrollo
científico-técnico? ¿Ve el hombre actual como limitadas las perspectivas que le
ha trazado la moderna civilización? Estas son preguntas a ser contestadas con
cautela, y que seguramente tienen distintas respuestas desde el mundo central y
desde la periferia científica, técnica y económica.
La conciencia se halla ligada al lenguaje
–cuya más alta elaboración recibe el
nombre de “literaria”- sin que debamos
necesariamente coincidir con aquellos filósofos que hablan de una “conciencia
lingüística”.En la conciencia convergen la intuición yla razón, la volición y
la imaginación. También el Tiempo y el No.Tiempo: el sentimiento de la duración y la
posibilidad de acceder a instantes intemporales. La
complejidad óntico-existencial del hombre lo singulariza y lo hace trágico.
El crecimiento personal se basa en una
permanente recuperación de sentido frente al desafío de la existencia. El
hombre es otorgador de sentido, pero también receptor del mismo, sin que esta
donación que recibe signifique una
cancelación de la búsqueda. Descubre que el sentido le es donado, revelado. La
personalización se liga a la participación.
Frente a la angustia y la incertidumbre, es
preciso recobrar el coraje de ser
(Tillich). Lo propio de la persona es ir desplegando, corrigiendo y esbozando
un proyecto vital, aunque sea problemático, y extenderlo a la formación de una
comunidad. Superando las definiciones parciales, ya sean psicosomáticas,
espiritualistas, científicas, etc. debemos conformar una idea integral de la
persona humana que abarque la totalidad de esas necesidades, aptitudes y
realizaciones.
. Todos estos niveles
son descubiertos y simbolizados, desplegados, comunicados, e incluso analizados
por el escritor que así religa su expresión y su vida. La obra literaria, en
sus más altas manifestaciones, es signo de un proceso de personalización. Todo
estudioso serio y desprejuiciado de la creación literaria ha podido apreciar la
hondura de ese proceso que, cuando se cumple totalmente convierte al escritor
en un filósofo, un sabio, un maestro para la comunidad.
Debemos reconocer a esas figuras en nuestra propia tradición, y en la
tradición universal, devolviendo a la obra literaria su carácter de
filosofía, lección magistral y documento
humano. Sólo un cambio de la noción de literatura y un viraje de las
perspectivas de estudio puede permitirnos la dinamización de ese potencial
magnífico que es cátedra para la juventud.
El hombre como persona es el núcleo de una
sociedad viva; el realizador de los valores, el protagonista del devenir humano.
Ni el mero individuo, ni la “personalidad” egolátrica alentada por ciertas
modas, sustituyen ese concepto rico de la persona. Solo por la persona puede volver a adquirir
sentido la civilización.
Para terminar con esta modesta introducción a
la problemática literaria en función antropológica y educativa, mencionaré la
importancia del método fenomenológico- hermenéutico. Captar la originalidad de
la expresión es penetrar, fenomenológicamente, en la intimidad de la persona. Abrir sus
significaciones a la historia es tarea hermenéutica.
La comprensión de los procesos humanos
–mediada por la expresión- es camino de dinamización y crecimiento. La actual situación latinoamericana, las
desigualdades sociales, el desequilibrio político, la ausencia de normas y
valores en el consenso social, hacen más urgente y necesaria la educación en
función de la persona. Sólo de una comunidad de personas puede surgir un
proyecto nacional y continental que permita el genuino desarrollo de América
Latina. Dentro de ese movimiento humanista
- que llamo teándrico para preservar su contenido religioso y distinguirlo de otros humanismos antrópicos
– tiene su lugar un sentido profundo de la literatura: la poesía, la novela, el
cuento, el teatro, no son discursos ociosos para entretenimiento, sino ejemplos del desarrollo individual de la
persona humana en búsqueda de su autoconocimiento y plena realización.