El Eternauta o la aventura sin fin
Por Germán Cáceres
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Héctor
Germán Oesterheld nació el 23 de julio de 1919 y desapareció el 27 de abril de
1977. También desaparecieron sus cuatro hijas. La página 339 del libro Nunca
más desgraciadamente puede considerarse parte de su obra: “Entonces Héctor
dijo que por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar uno por uno a
todos los presos que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos [...] Su estado
físico era muy, muy penoso. Ignoro cuál pudo haber sido su suerte [...]. Nunca
más supe de él”.
Para
Francisco Solano López: “Fue un gran escritor de aventuras, con sus raíces en
Conrad, Melville y Jack London. Las circunstancias lo llevaron a escribir
historietas en las décadas del cincuenta y el sesenta. Era el espacio que la
Argentina le ofrecía. No había otro para su rica imaginación y calidad humana de
narrador”.
Prácticamente no existe territorio de la aventura que no haya
abordado: en sus historietas encontramos cowboys, detectives, pilotos de
prueba, indios, gauchos, boxeadores, médicos, corresponsales de guerra, relatos
de ultratumba y de ciencia ficción, e interrumpimos esta enumeración porque
resultaría interminable.
¿Pero qué entendía él por aventura? Según palabras de Solano López,
para ambos “estaba a la vuelta de la esquina”.
La narrativa aventurera nace con el romanticismo, con su repudio a
las exigencias sociales que coartaban la libertad del individuo, con su
exaltación de la antigüedad y de las zonas remotas, el culto al heroísmo, la
admiración de las inmensidades oceánicas y la fascinación experimentada por los
ámbitos exóticos. Este enfoque se vuelve problemático si tratamos su perfil en
nuestro país. Hay pocos escritores del género en la Argentina: no sólo existen
razones de mercado y de tradición cultural, sino también el hecho de que este
tipo de relatos es propio de los países cuyo desarrollo económico y tecnológico
les permite asumir actitudes de poder internacional.
En un
sólido análisis publicado en el Libro de Fierro N° 1, Juan Sasturain
sostiene que en Oesterheld la aventura rompía con la rutina. En efecto, no
encontramos en su amplio espectro de ficción oficinistas aburridos ni algo que
se le parezca. Por el contrario, sus historietas nos deparan el sortilegio de la
vida plena de acción y de acontecimientos prodigiosos. Joe Zonda (1958)
es un buen ejemplo de ese vivir a todo vapor que deviene de jugarse la vida. “En
alguna parte se habían tirado los dados, y su nombre había elegido”, expone uno
de los textos, como si la aventura fuera aceptar el azar y acceder –explica
también el cuadrito– al “torbellino del peligro”. El autor valoriza el azar a lo
largo de su obra. En un episodio de Bull Rockett (1952) se recurre a los
dados para decidir quién realizará una misión peligrosa, y lo mismo sucede en
El Eternauta 1 (1957). En El Indio Suárez (1955) se juega con
frecuencia dinero y pueden rastrearse distintos tipos de apuesta en El
Sargento Kirk (1953) y Watami (1962),
Asimismo, el elogio del saber práctico de estos relatos constituye
una especie de iniciación en el aprendizaje de la vida, y su canto a la
naturaleza –como en Ticonderoga Flint (1957), Tipp Kenya
(1957), Nahuel Barros (1957) y Patria Vieja (1957)– facilita el
difícil diálogo que mantiene el hombre con aquella.
Oesterheld otorgó a la historieta de aventuras ese valor artístico
que contenían las narraciones de Salgari, Verne, Melville, Conrad y Stevenson,
escritores a los que admiraba. Después de sortear las pruebas y lograr el éxito,
el héroe retorna enriquecido, como si hubiese experimentado un renacimiento que
aporta a la comunidad. Joseph Campbell enuncia en El héroe de las mil
caras, que la aventura “es la expansión de la conciencia y por ende del
ser”. Pero quien más se nutre es el lector. Por eso Fernando Savater señala en
La infancia recuperada que el afán documental de las novelas de Verne
pretende “proporcionar al lector datos fidedignos sobre las circunstancias de
una aventura que le concierne más a él que a los personajes que supuestamente la
viven”. La aventura es un estado espiritual que nos conecta con los mitos que
sirvieron a los hombres ya sea para relacionarse con la naturaleza o para
intentar un desciframiento del mundo y de la vida. Esos peligros que amenazan al
héroe, esos viajes riesgosos por mares bravíos y selvas impenetrables, ese
hender con astronaves los espacios maravillosos del cosmos, no son otra cosa que
la proyección de nuestros sueños y anhelos. Como afirmó Hugo Pratt: la aventura
“forma parte del patrimonio humano. Es hija de la imaginación y deriva de
advenire: lo que ha de venir, la búsqueda de algo
diferente”.
Oesterheld escribió novelas, como las nueve del ciclo de Bull
Rockett. Eran narraciones de entretenimiento cuya prosa fue gestada a los
apurones y sin corregir, urgida por la entrega y concebida con el afán comercial
de obtener una venta masiva. Se adecuaba a los cánones de la literatura de
género impuesta por europeos y norteamericanos: tal vez sea el único escritor de
la Argentina y de América latina que responda a esas pautas. La historieta
El Sargento Kirk, que dibujó Hugo Pratt, fue novelada también en
nueve volúmenes, que irradian un potente aliento épico al registrar la lucha en
el desierto, donde se gana y se pierde, y donde mueren amigos y compañeros. El
autor tiene imágenes muy nítidas de aquel paisaje, logra volcarlas en la
escritura y demuestra ingenio para describir acontecimientos de acción física,
como ser tiroteos, cabalgatas y luchas cuerpo a cuerpo. Kirk trae una visión
distinta del Oeste norteamericano: es un sargento del Séptimo de Caballería que
cuestiona la lucha contra los indios, deserta y se une a una tribu tchatoga.
Además, es un personaje torturado e introvertido, al que acosa su sentimiento de
culpa por haber participado en una matanza de indígenas. Hay talento en el
empleo de la introspección para describir los estados de ánimo y los conflictos
del héroe. Kirk es de alguna manera un marginado que no encuentra su lugar entre
los hombres. Como Ojo de Halcón, el protagonista de El último de los
mohicanos, aunque ama a los pieles rojas, jamás será uno de ellos. Ante las
semejanzas con el laureado filme Danza con los lobos (1990), de Kevin
Costner, una pregunta se torna insoslayable: sus responsables ¿habrán leído
El sargento Kirk?
Además
escribió cuentos infantiles y notables relatos para adultos, entre los que se
destacan “Sondas”, “Pequeño Maquiavelo Reforzado”, “El árbol de la Buena
Muerte”, “Los cuentos del Tipi” y “El diario de un soldado”.
En marzo y abril de 1957, la flamante editorial Frontera, fundada
por él y su hermano Jorge, lanzó al mercado las revistas mensuales “Frontera” y
“Hora Cero”, a las que se agregaron “Hora Cero Extra”, “Frontera Extra” y “Hora
Cero Semanal”. La definitiva clausura de este ciclo ocurrió en mayo de 1963, con
el Nº 77 de “Hora Cero Extra”. Sin embargo, el ocaso había comenzado en 1959. A
partir de esa esplendorosa época de “Hora “Cero” y de “Frontera”, en todas
partes se habla de la escuela historietística argentina. Sus innovaciones
plásticas marcan un camino que va desde el cinematografismo de Caniff del que
Pratt se independiza, pasa por el vigor realista de Solano López y desemboca en el expresionismo exacerbado de
Breccia.
¿Qué
sucedió para que en esos años la historieta nacional viviera años tan
brillantes?
Es que
sus personajes desbordaban carnadura humana y los dibujos asombraban por su
calidad gráfica.
La
aventura pone en peligro la vida, pero este riesgo implica que sea más rica e
intensa, que la sangre corra por las venas, una manera de minimizar su
ineluctable finitud. En cambio, en historietas como Ernie Pike (1957),
El Eternauta (1957) y Mort Cinder (1962), la omnipresencia de la
muerte se tiñe de un tono más sombrío y pesimista.
En
Ernie Pike, este corresponsal relata historias de la Segunda Guerra
Mundial plenas de dramatismo. Impresionan por su verosimilitud, por la ausencia
de tropas que defienden causas justas, correctas y morales, por la falta de
héroes estereotipados que conducen hacia la victoria legítima. Sus protagonistas
pueden ser tanto aliados como alemanes, su fin siempre es frustrante porque son
víctimas de esa escalada irracional que es la guerra. Precisamente, dos de sus
historias más estremecedoras están protagonizadas por alemanes. En “Otra vez en
su mundo de antes”, el soldado Hans Müller cae herido y decide escribir una
carta a su casa, pero muere sin concretarlo. En un alarde de economía de
recursos, sólo cinco páginas son suficientes para plasmar esta conmovedora
anécdota. En “Maquis”, el soldado Herlmuth Gruber se entera de la muerte de su
familia en un bombardeo, y no duda en ser fusilado para salvar a una niña
francesa que le recuerda a su hijita. Pero “Desencuentro” es la crónica que
mejor refleja el espíritu antibélico de esta historieta, en la que la muerte,
ese “hedor dulzón, agobiante de la carne en descomposición”, es consecuencia del
sinsentido de la guerra. El teniente Long proclama: “Justamente en la guerra es
cuando más hay que recordar cuales son los verdaderos valores del ser humano”, y
al frente de un tanque resuelve desobedecer una orden para acudir en ayuda de su
amigo Holden. Pero Long es herido y enloquece creyendo que Holden lo abandonó, a
pesar de los esfuerzos de éste para hacerle notar su presencia. El episodio se
sumerge en un patetismo desgarrador cuando Holden muere de un tiro y Long
sobrevive: con tristeza Ernie Pike comenta: “Tiene que haber un lugar donde
estas tragedias hechas de coraje y desencuentros se anoten a favor de la especie
humana”. El personaje se inspira en un corresponsal de la vida real, Ernie Pyle,
que conmovió a los lectores con sus crónicas desbordantes de humanidad. Aquí
también estuvo Hugo Pratt, que estaba cambiando el rumbo de la gráfica. Su
figuración se alejaba de cualquier sumisión a la ilustración o al cine, y se
erigía en una estética autónoma, incanjeable, que se nutría de esplendentes
aguadas, manchas aplicadas con pincel, onomatopeyas, líneas cinéticas y una
sabia distribución de blancos y negros. Hugo Pratt hizo evolucionar la
influencia señera de Milton Caniff, y gravitó en todos los dibujantes de esa
época. Su imagen no fue tributaria del cine, sino autónoma. No necesitó de
ningún paternalismo, por sí misma pudo demostrar que la historieta era un arte
con un lenguaje propio, sin complejos. Las manchas tuvieron en Ticonderoga
Flint un sentido estético más amplio
y rico que en Caniff. Se erigió en algunos cuadritos como expresión pura. Pincel
seco, árboles y personajes siluetados en negro conformaron un desfile
apabullante de bellas viñetas. Pratt, como apuntó Oscar Masotta, “termina por
forjarse –a raíz de Caniff, con Caniff, contra Caniff y sin Caniff– un verdadero
y original estilo de narrar”.
El
esplendor visual planteado por la editorial Frontera fue tal que se dio el lujo
de contar con un artista de la talla de Arturo del Castillo, cuyo manejo de la
pluma en Randall, the killer no tiene nada que envidiarle al gran Alex
Raymond. Es un orfebre de la ilustración y posee un oficio de primera que se
manifiesta en las tramas y en las sombras planas. Sus viñetas son prodigios de
composición, auténticos frescos dignos de un Harold Foster.
El dibujo de Carlos Roume en Patria Vieja y en Nahuel
Barros es personal, totalmente alejado de los estereotipos norteamericanos.
Su estilo rústico se adapta a la temática nacional y logra representar con
mínimos recursos fortines y escenarios naturales. Juan Arancio continuó
Patria Vieja y reveló ser dueño de un lápiz superdotado para plasmar
cuadros de acción y paisajes del país. Hay en sus trabajos síntesis gráfica
unida a alardes visuales.
Mort
Cinder es un proyecto ambicioso de
Oesterheld y de Alberto Breccia. (Ya en Sherlock Time de 1958, el dúo
había registrado un clima sombrío y tortuoso de Buenos Aires y sus alrededores).
El anticuario Ezra Winston convoca a Mort Cinder, un muerto que protagoniza
sucesos funestos encarnando a distintos protagonistas. Es un nuevo ejercicio
sobre el espacio-tiempo que le permite a los creadores recorrer varias épocas de
la historia (la batalla de las Termópilas, la torre de Babel, una penitenciaría
en Oklahoma en 1925, etcétera). Un aliento trágico campea por sus episodios,
dando a entender la inutilidad de las aspiraciones humanas: el destino
inexorable se encargará de frustrarlas (“La muerte llegará como un desesperado
cansancio”, sostiene uno de los personajes). La labor que despliega Breccia es
colosal, una hazaña del grafismo: el claroscuro adquiere potencialidades
expresivas desconocidas hasta entonces en la historieta. El artista se asume
como un incansable investigador de nuevas sendas, experimentando con
collages y técnicas renovadoras que crean secuencias de inusual belleza.
“El dibujo de Breccia tiene una cuarta dimensión de sugestión que lo aparta de
los demás dibujos que conozco”, ha dicho Oesterheld. La calidad plástica y la
perfección del guión sitúan a Mort Cinder entre las mejores historietas
de todos los tiempos.
Este
profundo escepticismo sólo asoma en otra obra maestra también ilustrada por
Alberto Breccia: Richard Long (1966), un policial duro en el que no se
cree en el amor y que hubiesen podido rubricar escritores como el Horace Mc Coy
de ¿Acaso no matan a los caballos? o el David Goodis de Viernes
13. Una mujer es amada por Richard Long, pero éste permite que la asesinen a
cambio de dinero. “Siento lo de Marie. Pero no hablemos de ella. Ninguna mujer
vale tanto”, le dice quien le paga. En Lobo Conrad (1958), un criminal
que abandonó a su familia decide reparar su vida haciéndose matar por su hijo –que ya no lo reconoce–,
para que a éste lo asciendan como policía montado.
En
Watami el guión ensalza los códigos y las leyes de los indios desde
adentro, pues ellos son protagonistas de la historieta tanto como la violencia y
el arrojo. Está el dibujo de Julio Moliterni, que obtuvo uno de los picos de su
brillante carrera mediante un registro vívido del paisaje. (Moliterni ya había
demostrado sus dotes en un episodio mudo de Leonero Brent (1958), otro
western guionado por Oesterheld.)
El Eternauta, que comenzó a
salir por entregas el 4 de septiembre de 1957 en la revista “Hora Cero
Semanal”, representa la cumbre de la historieta argentina. Por su
trascendencia y repercusión se la considera iniciadora de la ciencia ficción en
nuestro país. Su novedad consiste en que la clásica invasión extraterrestre se
desarrolla en Buenos Aires; así sus
principales secuencias de acción ocurren en la cancha de River, en la avenida
General Paz y en la Plaza del Congreso. Cuatro amigos están jugando una partida
de truco en Vicente López y, de golpe, se ven enfrentados a una invasión
alienígena. En cierta forma retoma el esquema de Rolo, el marciano adoptivo
(1957), donde un maestro de escuela y los miembros de un consejo directivo
de una sociedad de fomento barrial se complican en un suceso
cósmico.
Pero lo
que en Rolo era alegría, humor y brisa refrescante, en El
Eternauta se torna opresión y angustia con ribetes de balada mortuoria: Juan
Salvo –el protagonista– dice: “Las calles cubiertas por la nevada aparecían
envueltas en un sudario pavorosamente bello”.
Es
asimismo una ficción especulativa sobre el tiempo y su ruptura cronológica, tan
cara a la ciencia ficción. Juan Salvo, El Eternauta, define su particularidad de
“navegante del tiempo, de viajero de la eternidad, mi triste y desolada
condición de peregrino de los siglos”.
La
muerte, que en Ernie Pike era una tragedia colectiva, adquiere en El
Eternauta el carácter de destino ineluctable, de cul-de-sac
apocalíptico: “todos los caminos llevaban a la muerte”, explica un texto. El
lector devora con ansiedad la historieta sabiendo que los personajes no se
salvarán. Este clima irrespirable y persecutorio que tiene lugar en conocidas
calles de Buenos Aires, y donde intervienen monstruos extraterrestres como los
“cascarudos” y “gurbos” –meras herramientas de los “ellos”, los verdaderos
engendros con vocación imperialista–, recuerda los pasajes más brillantes de un
clásico de la literatura de anticipación: El día de los trífidos (1951)
de John Wyndham.
El
Eternauta también reitera un leitmotiv
que contenían Ernie Pike y Mort Cinder: empleando una
terminología propia del realizador Ingmar Bergman podríamos hablar del silencio
divino. Es como si Dios hubiese abandonado a las criaturas humanas a su
desgracia o, con más propiedad, como si definitivamente no existiera: “La vida
traza una parábola cruel y voluptuosa desde el nacimiento hasta la muerte, es
[...] hermosa y espantosa, sin compasión ni sentido” (El demonio nos
gobierna, 1948).
El
guionista despliega en El Eternauta una pasión imaginativa deslumbrante,
y tanto su astucia como su dinamismo narrativos para exponer el terror
tecnológico evocan al H.G. Wells de La guerra de los mundos (1898).
Prueba ser un grande, y obliga al joven Francisco Solano López a estar a la
altura del maestro y convertirse en un grande a través de un enfoque que
optimiza la acción y que entronca la historieta con el gran realismo de todos
los tiempos. Sus conceptos gráficos imponen un nuevo derrotero al dibujo
volviéndolo más independiente, con un relato fluido, propio del arte de los
globos y cuadritos. Su trazo vigoroso, su calidez en el diseño de los
personajes, su destreza en las manchas negras, así como una ágil planificación,
estaban revolucionando el noveno arte. Al preguntársele por su estética,
responde que “Consiste en preocuparme lo menos posible con la estética y lo
máximo con la narración gráfica y la credibilidad de los protagonistas”. Según
el guionista Ricardo Barreiro, Solano López es “uno de los mejores narradores
gráficos de la Argentina”. Y, aunque no tuvo participación en el texto de
Oesterheld, le había comentado previamente que quería dibujar “una historia de
ciencia ficción diferente en el sentido de que sus personajes debían ser reales,
convincentes y cotidianos. Que el lector pudiera reconocer en ellos gente común
de su entorno”.
En 1969
este argumento con ciertas variantes fue ilustrado por Alberto Breccia. Apareció
en la revista “Gente” y la decisión del director de suspender su publicación
obligó a Oesterheld a acortar abruptamente el guión. Esta circunstancia le
quitaba fuerza y ritmo a la historieta, la que impresionaba más como una
sinopsis que como una narración. Pero el dibujo de vanguardia de Breccia viraba
el sentido a la trama: su experimentación expresionista acentuaba los rasgos
atormentados y angustiosos. El grafismo era el verdadero protagonista de esta
versión, por cuanto Breccia no ocultaba su afán de realizar una obra adulta de
alto nivel artístico. También hay un notorio giro ideológico en la historia: las
grandes potencias para salvarse negociaban con el invasor extraterrestre y le
entregaban Latinoamérica. Favalli, uno de los personajes sentenciaba: “¿De qué
te extrañás, Juan? Si en verdad los grandes países nos tuvieron siempre atados
de pies y manos... El invasor era antes los países explotadores, los grandes
consorcios... sus nevadas mortales eran... la miseria, el atraso... Teníamos que
habernos defendido antes, Juan. Cuando todavía era tiempo. Antes debimos odiar
lo que nos debilitaba”. Este tema reaparece en Guerra de los Antartes
(1970), con dibujos de León Napoo, de la que hubo una remake inconclusa
en 1973 con arte de Gustavo Trigo.
El mismo Alberto Breccia confesó que se trató de una obra no
lograda, que faltó tiempo porque su publicación fue cortada caprichosamente por
el editor: no pudo madurar la experimentación que había comenzado y todo quedó a
medio camino. No obstante, en Italia tuvo un éxito enorme y le abrió al
dibujante las puertas de Europa: fue la primera historieta latinoamericana que
se publicó en la revista “Linus”, y se la consideró una obra
maestra.
Oscar
Tafetán, en el diario “La Razón”, señaló con relación a la posterior serie
televisiva V: invasión extraterreste (1984-85) –en la cual el poder
central de la Tierra también acordaba con los invasores– que de alguna manera
sus guionistas habían leído la historieta.
Este
sesgo político se acentúa en la segunda parte de El Eternauta (1976),
también con arte de Solano López. Aquí auténticas guerrillas luchan contra el
invasor y Juan Salvo se asume como un héroe iluminado que capta ondas mentales y
vislumbra el futuro. A su vez, el clima de angustia cede lugar a conjeturas
sobre el espacio-tiempo. Sin embargo, narrativamente esta parte es mucho menos
convincente que la primera. Las especulaciones temporales son seudocientíficas,
y resulta poco convincente el artefacto denominado “cronomaster” o “manipulador
del tiempo”. El guionista no está inspirado y apela a golpes de efecto. Los
personajes se aterran ante algo insólito y lo señalan, pero este recurso es tan
reiterativo que termina por dejar indiferente al lector. Consciente de tal
carencia, el guionista rememora escenas antológicas de la primera parte, como si
así pudiera insuflar idéntico destello a esta continuación. El mismo Solano
López reconoció que “La intención ideológica de Héctor y mi desacuerdo con ella,
resultó en que ninguno de los dos hombres hubiera quedado satisfecho con el
trabajo. Yo porque no logré despojarlo totalmente de ese contenido y Héctor,
imagino, porque no logró cumplirlo íntegramente”.
Siempre
persistió en el ámbito historietístico la intención de continuar la peripecia de
El Eternauta. Así, en 1981 apareció esa apócrifa y cuestionada tercera
parte llamada “Traición alienígena”, cuyo guión se atribuye al italiano Alberto
Ongaro, una obra a la que Solano López siempre le tuvo bronca.
Hubo también historias alternativas, como las treinta y dos páginas
guionadas por Segio Kern a mediados de los ochenta y que se tituló “El perro
llamador”, en el cual El Eternauta se corporiza en un planeta habitado por niños
que viven en cavernas. Solano López sólo dibujó el primero de los cuatro
capítulos que integran la historia, y espera que alguna vez salgan a la luz en
su totalidad.
También a principios de los noventa Juan Sasturain propuso “La
Vencida”, una historia que no prosperó porque –según Solano López– giraba hacia
el género policial más que al de ciencia ficción.
Otra historia paralela es “El mundo arrepentido”, de 1997 y con
guión de Pol (Pablo Maiztegui), que gustó mucho a Solano López a pesar de su
audacia (hay vacas y toros en Marte).
Dos guiones escritos por Gabriel, el hijo de Solano, no fueron
dibujados.
“El
Eternauta–Odio Cósmico”, con dibujos de Walter Taborda y Gabriel Rearte, que
comenzó a guionar Ricardo Barreiro y luego continuó Pablo Muñoz, es una
continuación de la tercera parte e intenta desentrañar el origen de los “ellos”,
historia de la que se publicaron tres entregas. Precisamente Muñoz opina que
Oesterheld se inspiró en dos novelas de Robert A. Heinlein para gestar su
epopeya: Amo de títeres, en la que los invasores extraterrestes operan
como parásitos en el cerebro de los humanos, y Tropas del espacio, según
la cual unos insectos gigantes invaden Buenos Aires.
Y está
“El Regreso”, que continúa la primera parte de El Eternauta. El guión es
de Pol, quien revela tener un gran coraje al animarse con una creación de
Oesterheld. Si bien las historietas se hacen en equipo y muchas veces es difícil
identificar al creador de un personaje, y éste va evolucionando de acuerdo a los
dibujantes y guionistas que lo trabajan, el caso de El Eternauta es un
hecho singular porque se trata de la cumbre del género en la Argentina. Según
aclaró el dibujante en el libro Solano López en primera persona, “se
produce un triángulo, un tironeo entre Martita, Juan y el Mano que, de alguna
manera, representa la situación de muchos hijos de desaparecidos”. Y aclara que
no se trata de un panfleto como en la versión de 1976, sino de una mirada sobre
la actualidad a través de una metáfora del futuro que privilegia la
aventura.
“El
Regreso” ocurre en el año 2003, cuarenta años después del primer contacto
ocurrido el 8 de mayo de 1963. Es sumamente imaginativo el guión de Maiztegui
–basado en una historia original de Solano López–, que ha desarrollado un
argumento complejo, de frecuentes raccontos, con constantes giros y
ramificaciones de la trama. Está toda la inventiva de una tecnología sofisticada
que menciona pilas de antimateria, campos de fuerza, cámaras criogénicas y el
acceso al continuum.
Los diálogos de Pol son concisos y funcionales, hacen que la
narración avance mediante las imágenes. La historia se abre en varias
situaciones paralelas, dando lugar a un montaje impecable de escenas de acción
con un excepcional y vigoroso planteo gráfico por parte de Solano López: en cada
viñeta hay un constante movimiento que se transmite a toda la
página.
“El Regreso” privilegia el sesgo aventurero caracterizado por
persecuciones, fugas y huidas, en donde un grupo liderado por Juan Salvo y
Favalli lucha contra los invasores. Hay en los dos primeros libros –“Martita” y
“Ushuaia”– suspenso y misterio, especialmente en las secuencias que tienen lugar
en los abandonados túneles de los subtes.
El Libro Tres, “Vicente López”, completa la saga.
Aunque
no se puede desconocer que el público está volcado masivamente al cine y al
video y gusta de películas como la serie Matrix (una audaz combinación de
artes marciales, de animación por computadoras, de video juegos, de la vertiente
cyberpunk de la ciencia ficción y de una indagación filosófica que Jorge
Aulicino, de “Clarín”, ha bautizado como “la épica religiosa en un mundo
post-industrial”), hay proyectos de filmar El Eternauta, así como de
escribir novelas y de seguir produciendo historietas que lo tengan como
protagonista.
Es que
el convincente impulso imaginativo de su desgarradora historia presenta
personajes ricos y contundentes como para justificar su abordaje en este
complejísimo siglo XXI..
Sin embargo, hay varios críticos que cuestionan la ciencia ficción
porque ha proyectado hipótesis que al final no se cumplieron. Pero,
lamentablemente, un vaticinio del género se está consumando: el de anunciar un
siglo XXI sumido en la antiutopía. Así, Juan José Dimitta en la revista “Lea”
refiere la afirmación de un personaje de las célebres Crónicas Marcianas
(1950), de Ray Bradbury: “Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo
alcanzaremos y nos pondremos furiosos ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo
destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y
semejanza” [...]. Luego vendrán los grandes intereses, los representantes de
minas y el turismo”. Cualquier parecido con la reciente invasión a Irak por
parte de los Estados Unidos es mera coincidencia.
Entendemos que la ciencia ficción –más allá de la maravilla de los
efectos especiales que brinda el cine– es un género irreemplazable para
realizar, a través de la fantasía, un vuelo poético propio y, asimismo, explorar
el presente de la humanidad desde un presunto futuro.
Por
ello continuar El Eternauta por cualquier medio expresivo es altamente
auspicioso. Como opinó Alberto Breccia sobre la obra del guionista: “En su
conjunto es insuperable. [...] Oesterheld fue un hombre que marcó la historieta,
y ésta es antes y después de él porque la revolucionó a nivel
mundial”.
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