Antes y después de la pandemia

 

 Por Hernán Pacheco*


A los historiadores se nos exige, en la práctica, aportar evidencias que atavíen el imperio del presente, en cualesquiera de las formas estériles de las efemérides y/o de las relaciones mediáticas del tiempo: las notas de color, el relevamiento de curiosidades y hasta bucear en las someras descripciones de las cloacas de la vida privada de beneméritos, v beneméritas, personajes y personalidades de la Historia (así con mayúscula inicial). En el mejor de los casos, al modo de exégetas de inofensivas noticias del pasado. Este cronista, que ejerce ese oficio que ha honrado Marc Bloch, renuncia un vez más a ello.


Ahora, en tiempos de pandemia, construir una taxonomía y/o un racconto de las pandemias que asolaron al mundo, sin más, es tan inútil como lo era antes del coronavirus. Con todo, no sería más que abonar a la agenda de los medios de comunicación hegemónicos que abordan las tragedias como si fueran el contenido barnizado de un parque (temático) de diversiones (el entretenimiento permanente que se reactualiza, también, continuamente). Se trata, más bien, de buscar en el pasado los significados políticos que pueden encontrarse también en la actualidad. En definitiva, es necesario superar cierta visión periodística relacionada al mundo del espectáculo y analizar las manifestaciones del presente, con el aporte y la espesura que brindan las decisiones políticas de diferentes tiempos históricos, allí donde aparece al desnudo la condición humana mixturada con esas determinaciones políticas. En este sentido es que la historia se torna una herramienta potente, por ende amenazadora del statu quo.
La peste del Siglo XIV acabó con algo más de un tercio de la población europea (las estadísticas de la peste bubónica entre 1348 y 1353, años en los que se registraron la mayor cantidad de muertos, gozaban aún de menos credibilidad que las actuales, pero aproximadamente esa es la dimensión de esa tragedia) y se inició presumiblemente con una pulga que viajaba en las ratas que habitaban los barcos de los mercaderes (otras ratas). Esta peste, conocida como la muerte negra, puso de manifiesto el orden establecido: una sociedad feudo-burguesa en construcción en la que las clases populares no contaban para nada, que solo eran la mano de obra esclava, aún atrapada por las supersticiones feudales; mientras que la burguesía empezaba a consolidarse en un contexto de ampliación de su incidencia urbana local. Dicho de otro modo, la interdependencia entre los señores territoriales y la burguesía ascendente obedecía a la necesidad de conservar el poder de los primeros y de expandir los negocios de la segunda (esa es la construcción de la sociedad feudo-burguesa entre los siglos XI y XV). Cuando esa expansión de mercados involucró mayores extensiones de territorios que una región, ya no alcanzó el apoyo del señor
territorial sino que esa burguesía necesitó de la protección, para su actividad lucrativa, de parte del Rey o de algún gran duque. Es de primer orden pues, desde nuestro extremo occidente, tener presente e incorporar definitivamente como eje central de análisis de lo histórico esa lógica de necesidad europea de expansión de los mercados al tema de la conquista y colonización de América, como instancia ultra-marina de esos procesos históricos (de lo contrario estaremos banalizando la conquista de América descontextualizándola). Pues bien, esa sociedad con las características mercantiles de marcada circulación de gente en la que, con la peste, la muerte a gran escala se hace presente siguiendo la ruta de Crimea a Londres, se pone al desnudo como nunca antes. El orden establecido no deja lugar a dudas: hambre, mal nutrición y pésimas condiciones sanitarias para los sectores populares y nuevas oportunidades de negocios y alianzas para los tradicionales sectores dominantes, con un socio ya establecido, el burgués, que parecía percibir que para luchar contra la estructura política (en ese momento representada por los monarcas y los señores territoriales) se necesitaba algún apoyo de una parte de esa estructura..
Parece conveniente preguntarse: ¿cómo era escapar de la peste en ciudades amuralladas en las que penetró la rata? ¿Acaso la propia cultura medieval, envejecida pero determinante para entonces, de la protección feudal intra-muros no se constituyó en la mismísima trampa mortal? ¿Que la explicación de esa peste en esas poblaciones se traduzca sin más en una especie de castigo divino es muy diferente a la lógica posterior aplicada a los pobres, la de los planificadores y los planificados de la omnipresente modernidad? En todo caso, ¿Cuál sino la condición humana y las determinaciones políticas, es la constante para entender las aparentemente excepcionales manifestaciones de las poblaciones alcanzadas por una pandemia? El Decamerón de Giovanni Bocaccio (escrito entre 1351 y 1353) no responde a todos estos interrogantes pero nos brinda, en términos literarios, un clima de época. Lo que no debemos perder de vista es que los problemas de desigualdad de esa sociedad eran anteriores a la peste y ésta no acabó con esas desigualdades. Tanto es así que esa sociedad feudo-burguesa se consolidó en el siglo siguiente a la peste alcanzando un sistema mercantil robustecido por las alianzas apuntadas más arriba, siendo esta acumulación originaria del capital (conquista de América mediante) el gran impulso de un sistema capitalista que llega hasta nuestros días en una sucesión de ciclos y etapas (mercantil. Industrial, financiera, etc) que pareciera ad infinitum (mucho más devastador que cualquier pandemia)
El contexto actual, el coronavirus, tiene también implicancias contemporáneas pre-existentes. Ahora al problema de la explotación de los pobres de parte de los dueños de todas las cosas se le suma las propias características de nuestra época: las relaciones entre las personas se han complejizado de tal modo que expresan un tipo de vínculo mediado por las nuevas tecnologías, complejizado además, en términos sociales, políticos y culturales por la constitución de nuevos sujetos históricos (así en plural) con deconstrucciones y resistencias varias. No es en este espacio en el que podamos abordar estas cuestiones, que no
debemos perder de vista y que tan intensamente viene trabajando la filosofía, la psicología y los y las militantes de los nuevos tiempos; pero sí es posible acercarnos aquí, al menos, hasta el borde del escenario histórico actual y ver qué pasa.
El antropólogo argentino Ciro René Lafón lo ha dicho para siempre: el hombre (la mujer) nunca estuvo solo (sola). Este dictum, en apariencia ad hoc, es decir pronunciado en sus clases de antropología y de arqueología en la Universidad de Buenos Aires, de profundo sentido histórico, es una interpelación al despropósito de pensar individualmente la política, la historia y las coyunturas; una manera contundente, y no ejercida lo suficiente, para enfrentar inclusive los mandatos culturales del mismísimo sistema capitalista que se expresan en una consolidada estructura social de desigualdades, cuyo motivo más extendido es el egoísmo autocomplaciente, que el ejercicio de la política no ha podido vencer en su praxis estructural cada vez más cerrada. Esto último también es más visible en este contexto de pandemia COVID 19, hiriendo susceptibilidades de todo tipo, pero no es nuevo. He aquí un condicionamiento histórico- político, que es de primer orden y que es acompañado por su reaseguro de posible inmutabilidad: las desigualdades socioeconómicas y, concomitante pues, las serias dificultades para la construcción de poder popular a través de organización políticas genuinas, que se desentiendan de las estructuras anquilosadas. Otra vez, casi una constante histórico- política aunque con matices: la multiplicación de diferentes sujetos históricos de la vida política actual, con demandas y niveles de participación dispares, tendrá que luchar contra la estructura política con la ayuda de una parte de esa estructura. Parece conveniente también preguntarse si eso es estrictamente necesario o si realmente será así el modo en el que se dirima el ejercicio del poder político. Tal vez no haya margen para un nuevo gatopadismo.
En todo ello, con la omnipresencia de los últimos tiempos, actúan los medios de comunicación. Es necesario insistir sobre un asunto ya pronunciado al calor de estas líneas, sobre la banalización no inocente de las cuestiones más serias de la vida política actual. Aún las saludables decisiones en el plano de la alta política, en la Argentina de hoy, es decir la planificación integral del modo y los tiempos de intervención política y de readecuación social de las actividades económicas de parte de Alberto Fernández en el contexto de cuarentena, son traducidas y banalizadas por los medios de comunicación y las transforman exclusivamente en políticas para la seguridad personal (siendo estrictamente sólo una de las líneas políticas expresadas por el Presidente). He aquí una manifestación de lo que interesa a una parte considerable de nuestra sociedad, interés que es anterior a la pandemia, aunque, en este contexto, exacerbado. Y con un detalle que a veces, sin querer, es revelado por los mismos medios y por los dominios electrónicos que los multiplican: sin la reactivación de la economía, esa seguridad empieza a ser, para los sectores tradicionalmente dominantes, para los dueños de la comunicación, una seguridad incompleta, con síntomas de “abstinencia” (aunque los sectores tradicionalmente dominantes siguen
ganando, ese a veces nada discreto encanto de la burguesía para la explotación de los pobres no puede suspenderse). He aquí un fresco de actualidad: los gobiernos de derecha no aplican restricciones sociales duras y los gobiernos socialdemócratas y nacional- populares utilizan profusamente el discurso de la seguridad personal para comunicar las severas restricciones sociales (los hombres y las mujeres están, momentáneamente, solos y solas sobre la tierra y esperan, Scalabrini dixit).
No hay novedades sobre las que escribir, hay que redundar: las desigualdades sociales requieren de una acción política que construya organizaciones territoriales potentes, con decisiones colectivas, genuinas y no hay pandemia que, al retirarse, haga cambiar el asunto mágicamente Que hay que juntarse con los demás para ello parece una obviedad (no maten al cronista, el llamado a juntarse con los otros y las otras no pretende ser una invitación a la desobediencia civil que implique romper la cuarentena). Lo que emerge en tiempos de pandemia es lo mismo que ocurría antes, la invitación a romper la lógica del individualismo, de parte de este cronista, es también preexistente.
*Profesor en Historia, investigador y ensayista

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