SERGIO FUSTER: PASIÓN Y MUERTE DE LA HISTORIA

 


Entrevista por Valeria Sol Groisman

(Fuente Revista BeCult)

 

Prolífico autor de ensayos y artículos periodísticos donde la filosofía y la teología van de la mano con un análisis de la contemporaneidad, Sergio Fuster (Argentina, 1965) es licenciado en Teología (ISEDET) y en Ciencias de la Religión (1995-1999). Docente en Universidades e Institutos privados de larga trayectoria, sus ámbitos de estudio son el Antiguo Testamento, la Filosofía y la Historia de las Religiones, pero siempre acercando lo clásico a la actualidad.

Fuster tiene la capacidad de explicar lo complejo de manera simple. Podría decirse que es un divulgador de la teología y la filosofía. A sus clases fuera del ámbito académico, asisten curiosos que quieren saber más sobre los asuntos existenciales Esos que nos desvelan a todos: ¿cómo surgen las religiones? ¿Existe la muerte? ¿Y Dios? ¿Qué es, quién es? ¿Podemos dejar de creer?

Entre 2013-2019 editó y dirigió la revista digital: “Los Tiempos Nuevos”. En 2016 participó en el congreso mundial de Pensamiento Complejo: “Los desafíos de la globalización”, UNESCO, París

También fue columnista del programa “Acá estamos” (Más allá de la caverna) emitido por radio Municipal 89.5. (2020-2021) y desde 2019 participa del programa “En contacto” emitido por radio Simphony 91.3. Actualmente es parte de la redacción de la “Revista Histopía”, escribe en el diario “La Gaceta Mercantil” y en el suplemento cultural del diario “Perfil”.

 

V.G. Tu último libro Pasión y muerte de la historia acaba de publicarse, supongo que lo escribiste durante la pandemia.

 S. F. En realidad, mi libro Pasión y muerte de la historia lo escribí un año antes de la pandemia, es solo que no se publicó hasta el año en curso por razones editoriales. Como podrás ver no hay ninguna referencia a este suceso viral, ya que no me pareció necesario agregarlo. Igualmente, no veo que modifique mi tesis central sobre “la muerte de la historia”.

Me interesa lo que decís en el prefacio sobre la historia como construcción, como un discurso que es de todos y no es de nadie. Un discurso que va tejiéndose con distintas miradas. Por un lado se me ocurre que con las redes sociales, son muchas más las voces que pueden participar de esa construcción discursiva, y por otro lado, no puedo dejar de pensar que la historia es también el relato de los que pueden contarla, ¿no? Y, en este sentido, ese poder de contar está vinculado al poder de turno, a la ideología dominante en un momento determinado.

Pienso que la historia es una edificación colectiva y, desde luego, subjetiva. No hay nada como una “cosa” externa llamada “historia”, como postula generalmente el marxismo. Precisamente por eso que comentás, lo que han hecho las redes y el mundo de la comunicación masiva digital no solo aporta una multiplicidad de perspectivas, sino que, precisamente por ello hacen imposible el pensar una historia lineal unívoca. La pluralidad de historias inmediatas, por su fugacidad, dan la sensación del no tiempo y, como tal, pareciera que no pasa nada trascendente, o lo que pasa no se recuerda en las consciencias colectivas: Facebook, TikTok, Instagram y otras plataformas similares no construyen memoria, sino momentos insustanciales, donde todo transcurre de modo líquido e infinito. Por lo tanto, más que en un cambio de la época, creo que da para pensar en un deceso de la historia. Con respecto al poder y al uso del control, indudablemente, ahora las “sociedades disciplinarias” son mucho más eficientes que antes. No solo hemos perdido la historia, sino que hemos perdido nuestra capacidad de observar en función de querer ser observados. Es cierto que hay una tiranía de los grandes medios de comunicación como constructores de la realidad, pero también hay una tiranía del yo, donde el poder ha pasado al individuo como creador de sus propios contenidos y aquí se pretende una exacerbación de sí mismo, y justamente por esa necesidad de aparecer en una pantalla, también hay una des-habitación del sujeto.

Pienso también en la memoria como construcción y en la memoria no solo como construcción de la historia, es decir del pasado como narrativa, sino de la memoria como construcción de los sistemas de creencia, de las religiones. ¿Qué podés decir sobre esto?

En cuanto al concepto de memoria, esto también está en riesgo. Veo en esta situación a una sociedad víctima del olvido, de lo pasajero, por ello hay una necesidad imperiosa de fundamentos, de una moral clara, de referentes. Y esto es precisamente la razón por la cual buena parte de la población los busca en escapismos mitológicos: para resguardarse del olvido. Mito y recuerdo se retroalimentan. El retorno a la escena mundial de los fundamentalismos religiosos parecen ser un síntoma de ello, asimismo los proyectos políticos que reivindican los orígenes sagrados para legitimarse y constituir totalitarismos cuasi-teocráticos. Por ello, la necesidad de recordar y de ser recordados lleva a las masas a un retorno a lo religioso, que no siempre está expuesto, sino que a veces está enmascarado.

Recuerdo a George Steiner y su libro Nostalgia del absoluto, donde sostiene que frente a la caída de los grandes sistemas de creencia nacen las metarreligiones, sistemas alternativos que pueden generar la misma dependencia que las religiones tradicionales pero que no siempre tienen un sustento (un andamiaje teórico, si se quiere) o una larga tradición. Hoy, en la pospandemia, ¿son las religiones o las metarreligiones las que tienen más peso?

Si, no solo están de regreso a los viejos dioses, sino que la falta de sentido se reemplaza con “matarreligiones”: tales como el dinero, la acumulación de capital informático y, por supuesto, la fe en la ciencia y en la tecnología, como si estas nuevas divinidades nos fueran a traer la ayuda buscada. Vos mencionabas a la pandemia, fíjate que quien nos ha salvado no han sido los dioses del mito sino los laboratorios farmacéuticos. Recuerdo cuando se celebró la Pascua en el Vaticano durante la cuarentena en completa soledad bajo un cielo tormentoso, parecía una escena apocalíptica. A pesar de las plegarias a las estatuas los dioses nada pudieron hacer para salvarnos, lo hizo precisamente la ciencia, la tecnología de punta y, desde ya, una gran inversión financiera. Pero, por otra parte, la pandemia nos puso sobre la consciencia la realidad de la muerte, del desamparo ante lo desconocido, ante una plaga similar a las que Dios le envió al faraón de Egipto. La cercanía con la muerte revive la espiritualidad, sin embargo, pronto se olvidó, como todo, fue fugaz. No creo que este suceso viral cambie algo en sentido religioso, o tal vez agregue a lo sanitario como otro medio de redención. Todo es reciente. Esperemos a ver qué pasa.



¿Qué lugar ocupa el mito en las religiones? ¿Y cómo opera en la configuración de la fe?

Tenemos una parte interna del ser que es irracional y el mito se nutre de ello. El mito es esencial, es un recurso narrativo existencial y dador de sentido. Es decir, viene en nuestro auxilio cuando otros procedimientos son insuficientes. No hay experiencia religiosa sin mito. En el mito tenés que creer: por ejemplo, creer que Dios se le apareció a Moisés en el Sinaí; o que Jesús resucitó; o en que un ángel habló con Mahoma. Nunca habrá una prueba histórica ni científica de lo sobrenatural. Tampoco el devoto la requiere. Esta forma de creer en lo imposible es lo que sostiene el andamio de la fe.

En el primer capítulo hablás de la necesidad de encontrar una nueva manera de considerar los tiempos históricos. Tenemos los siglos, tenemos la clasificación según el orden que domina (la globalización, por ejemplo), tenemos también propuestas más filosóficas (como la posmodernidad o ahora la posverdad) y ahora se suma la dimensión sanitaria: el mundo pre y pospandémico. En contraposición a las explicaciones “aplastantes” de las que hablaba Amos Oz, ¿cuál te parece que podría ser la mejor manera de pensar el tiempo?

Indudablemente tenemos que hallar una manera de repensar el tiempo. No acuerdo con Nietzsche ni con Foucault cuando dicen que “no hay hechos, que solo hay interpretaciones”. Los hechos existen, son, y también existen las interpretaciones. Lo que pasa es que la cantidad de información acumulada en estos últimos treinta años solo ha propiciado que todo se perciba como pasajero, de gran impacto mediático en el momento, y en poco tiempo todo se diluya. Cuando todo es global no hay percepción de duración. Según mi opinión la historia ha muerto, en el sentido hegeliano marxista, ha muerto porque no hay trascendencia de ningún acontecimiento, todo pronto se esfuma en función del siguiente suceso y así. Es cierto que la pospandemia hará que se modifiquen algunas conductas y, por supuesto, para muchas personas que han perdido a seres queridos o hayan sufrido algún revés psicológico esto será un referente, pero no parece que sea un acontecimiento tal que resucite la idea de la historia. La historia la hacen los hombres y esto fue un suceso natural. Yo lo que trato de plasmar en mi tesis es que es necesario recuperar una nueva manera de entender la época, de escribirla, por la sencilla razón que sin historia clara no hay sujeto visible, y sin sujeto no hay posibilidad que nuestra civilización salga adelante.

Me gustaría que me cuentes a qué te referís cuando hablás de “acontecimiento absoluto” y “acontecimientos gravitacionales”.

Los “acontecimientos absolutos” son aquellos que marcan un suceso indeleble, un punto eje, un espacio de no retorno. Una huella. Un trauma global. Lo comparo como una vivencia mística colectiva. Lo gravitacional serían todos aquellos hechos que no serán recordados, pero necesarios para que confluyan en el hecho absoluto. Como el viento que gira alrededor del ojo de un huracán.

Existe cierta tendencia generalizada a asignarle a esta era el nombre de “posverdad”, una época donde pesan más las emociones, las creencias y las opiniones que la razón, los hechos comprobables o la evidencia. En tu libro hablás de “la diosa razón”. ¿Cómo ves esta época, qué rol ocupan las creencias personales o las de ciertas tribus que se erigen conocedores de “la verdad” como algo absoluto? Y respecto de esta idea de verdad como algo “revelado”, ¿qué opinás sobre la cancelación, hay espacio para el que piensa distinto?

Justamente este tiempo (o no-tiempo, como quiera que se le llame) es el de la muerte de la verdad. Nada de lo que ocurra podemos estar completamente seguros de que sea tal cual nos lo cuentan. Estos son los “acontecimientos gravitaciones”. Cada uno tendrá, no solo su perspectiva, sino su verdad alterna, aquella que construye ideologías cerradas y no permite el diálogo con el otro. Cada quien tiene su idea de Dios, su idea de lo que pasa después de la muerte (si es que algo pasa), asimismo su preferencia política y su cosmovisión. El problema es que estas cosas suelen constituirse como ideologías absolutas. No prima la razón, sino la creencia ciega. Hay algo de religioso en ello, en creer en supuestas realidades que la prueba nos dice que no es así, pero, a pesar de ello se cree. Yo llamo “mitopolítica” a la creencia en la divinidad de algunos lideres políticos, en la construcción de su santidad, donde no hay espacio para la reflexión sino para la totalización del sujeto en función de un proyecto colectivo irracional. Esto lleva a cancelar al otro. El cristianismo ya nos hablaba de creyentes y paganos, el Islam de fieles e infieles, convertir o destruir, nunca consensuar y abrirse al otro. Opino que así no lograremos constituir una sociedad más justa. No tengo mucho optimismo.

¿Se puede dejar de creer en algo? ¿Son las creencias fenómenos flexibles?

Si, claro, aunque no es lo habitual. Toda creencia lleva en si el germen de la duda. Por eso la fe ciega posee cierta inseguridad. Dichas inseguridades tienden al totalitarismo y a la violencia, a silenciar al otro, precisamente por su debilidad. No hay flexibilidad en la ceguera de la creencia, hay cerrazón, solo hay flexibilidad en el amor. A partir de aquí podemos empezar a hablar.

¿Nos podés contar qué es el transhumanismo?

El transhumanismo es la postura de que se puede mejorar al ser humano a partir de la tecnología. La mitología ciborgs es propia de ella. Si bien es cierto que la medicina ha adelantado mucho para bien a través de prótesis y diagnósticos por imágenes, el transhumanismo va más allá. Piensa que es posible que el hombre deje de ser lo que es, un ente natural para pasar a ser mitad máquina y mitad humano. Más allá de las opiniones al respecto y de sus posibilidades reales, considero a la idea en sí muy peligrosa, porque hablar de un hombre superior implica que habrá otros estados ontológicos, es decir, subhumanos: ya todos sabemos las consecuencias que tuvieron en los fascismos del siglo XX. Pienso que hay que tener cuidado ante estos tipos de filosofías que ponen en juego los valores de la ilustración.

Me gustaría saber si existen trabajos sobre cómo opera la tecnología en los sistemas de creencia. ¿Las nuevas tecnologías, como las redes sociales, promueven la necesidad de creer en algo o la diluyen?

Posiblemente a raíz de esto sucede un fenómeno muy singular. Por una parte, las redes sociales y este nuevo fenómeno comunicacional diluyen la posibilidad de hallar una verdad objetiva; sin embargo, por otra parte, acentúan la cristalización parcial de una verdad propia, hecha a su medida, subjetiva. Como vos decías, se crean “tribus”, cada una defendiendo una realidad paralela. La verdad, aún contra su naturaleza, adopta un carácter plural. Pero detrás de este fenómeno social, se está constituyendo otro fenómeno que es cuasi religioso: las nuevas tecnologías se están configurando poco a poco como un nuevo Dios. Yo hace un tiempo publique un libro llamado El Dios digital. La Internet cumple un papel divino: es omnipresente, está en todos lados mediante las redes de wifi, es omnisapiente, no hay nada que Google no te responda, y es omnipotente, la técnica te hace creer que todo lo puede. 

Por último, ¿estás trabajando en algo nuevo?

Estoy por publicar un libro sobre historia de las religiones, es una compilación de mis clases dadas en los últimos veinte años, pero hace poco incursione casi por casualidad en el periodismo. Estoy, siempre desde la reflexión, publicando columnas de opinión en algunos medios, como en “La Gaceta Mercantil” y en el diario “Perfil”. Esto requiere un desafío: tratar de hacer una meditación más pausada en medios que requieren de mucha celeridad. Veremos.

Qué está leyendo Sergio Fuster:

Por hábito siempre leo la Biblia y también los textos védicos. A pesar de que me interesan temas de filosofía, psicoanálisis y de pensamiento político, nunca abandono las fuentes de los textos sagrados. Estoy leyendo, además, una obra de Luis Farré sobre Filosofía de la religión y últimamente me está interesando bastante la obra de Spinoza tratada en el libro de Jonathan Israel La ilustración radical. 

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